Estamos terminando otro ciclo que, como ya había sucedido en 2020, siguió trayendo muchas situaciones atípicas y desafiantes. Entre máscaras, aislamiento, EADs, horas y horas rompiendonos la cabeza para encontrar soluciones o paliativos, llegamos al final de este año con la esperanza de un 2022 mejor, con la seguridad de que muchas cosas ya no serán como eran.
Esto es algo que asusta, pero que también estimula, ya que de cualquier forma recomenzaremos con la claridad de que las condiciones serán diferentes. Naturalmente seguiremos construyendo sobre lo que tenemos y lo que ya está, pero las direcciones son, a la fuerza, diferentes y muchas inéditas. Y, dentro de todo lo que hemos aprendido en este tiempo, que para cada uno de nosotros seguramente ha sido muy particulare, hay una cosa que se destaca.
Todos y especialmente nosotros, que vivimos en función de cuidar al prójimo, como médicos, investigadores, profesores o cualquier profesional relacionado con el universo de la medicina veterinaria, nos hemos visto obligados a aprender o revisitar algo muy simple – es decir, cuidarnos mejor a nosotros mismos y a los otros. Las máscaras, el aislamiento social y los procedimientos y reformulaciones de todo tipo nos han hecho prestar más atención a la esa realidad relacionada con nuestra interdependencia mutua, estrecha, íntima, algo que ahora es más evidente.