Dentro de nuestras charlas, en nuestra convivencia cotidiana, en el ambiente profesional, en nuestro día a día, circulan libremente ciertos conceptos y valores que sin lugar a dudas son importantes, como la dedicación, la calidad de nuestro trabajo, el conocimiento, el apuro tecnológico. Todos estos son siempre bien recibidos y valorados, tanto para incentivar nuestro trabajo, como también para ofrecer argumentos publicitarios convincentes. En paralelo a esos valores positivos, tenemos a nuestro alrededor también una serie de manifestaciones de violencia a todos los niveles – relaciones personales, política, economía, cuestiones sociales. En los programas de noticias y en la industria del entretenimiento, lo que más vemos son escenas violentas de todo tipo – tiros, explosiones, muertes y variados tipos de perversión. Como contrapartida, falta espacio y llega a haber cierto pudor en manifestar y hablar de amor, gratitud, empatía, compasión, respeto, compartir, generosidad.
La medicina veterinaria, al igual que muchas profesiones, nos da la oportunidad de practicar, contribuir, aprender y mejorar toda esta gama de sentimientos. Atendemos, cuidamos, tratamos. Si consiguiéramos llevar esa empatía, esa compasión, ese respeto y ese amor que tenemos por los animales, a los tutores y sus familias, así como también a otras personas con las que convivimos en el barrio y en el ambiente de trabajo, veremos que siempre existe una oportunidad para ejercitarlas. También veremos que con estas actitudes podremos ampliar nuestra capacidad de interacción con el mundo, con una visión diversificada en relación a la que generalmente nos proponen. O imponen.
Si prestamos atención a esas intenciones en referencia a las demás formas de vida, la naturaleza y el planeta, vamos a crear una relación con lo que existe a partir de un lugar interior más pleno, ampliando nuestras percepciones y expandiendo la empatía, el respeto y el amor que hoy creemos tener en plenitud, para que ocupe todo nuestro campo vital.